Buenos Aires, 10/12/2024, edición Nº 3764
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Misteriosa “La Boca”, curiosidades de este barrio

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Hace mucho tiempo lo iban a llamar “Vecinos de La Boca” pero como la banda del debut interpretaba obras del compositor italiano Giuseppe Verdi lo cambiaron por José -en castellano- Verdi. Nombraron al autor de La Traviata y de Aída como presidente honorario, por lo que él mandó una carta de agradecimiento. Y le pusieron ésos y otros títulos de trabajos suyos, Rigoletto, Falstaff, a las salas.

Por eso el Teatro Verdi (1901) de La Boca se puede ver como una “versión suburbana del Colón”, resume Víctor Fernández, director del Museo de Bellas Artes Benito Quinquela Martín y vecino desde hace 37 años. Allí actuaron figuras de la lírica, como el tenor Enrico Caruso. Y Gardel. Y tuvo otros usos: el socialista Alfredo Palacios se presentó como candidato a diputado en 1903, se hicieron las primeras asambleas de Boca y de River y hubo galas, “las más memorables de los carnavales”.

El Verdi viene muy bien para explorar otros paisajes de La Boca, distintos de los que creó Quinquela. Es decir: ni las casas de chapas pintadas de Caminito (1959) ni los de sus cuadros con barcos y cielos de fuego por donde transitan esos hombrecitos oscuros y encorvados por el peso que cargan sobre la espalda. En este GPS, van “castillos” y caserones entre otras huellas de “La Boca palaciega”, como sintetiza también Fernández.

Nélida Pareja, presidente de la Junta Central de Estudios Históricos de la Ciudad, explica, “La Boca es ante todo puerto. A fines del siglo XIX y principios del XX, el de un joven país que fue uno de los mayores receptores de movimientos migratorios de la época y donde convivieron empresarios navieros y trabajadores, especialmente italianos. Además, fue escenario de gran movilidad social. El sur de Capital se desarrolló por eso, por el puerto”.

De esas épocas queda un “castillo” de 1908, de estilo modernista, donde almenas y flores conviven con la leyenda del fantasma de una inquilina, la pintora Clementina, quien se habría suicidado entre duendes y hongos alucinógenos salidos de unas plantas que la dueña del edificio, una estanciera de Rauch, habría puesto para decorar. Y la elegante construcción Art Nouveau, de 1913, donde abrirá el Museo de Arte Contemporáneo MArCo a mediados de 2019.

Fernández apunta un edificio diseñado por el arquitecto Francisco Gianotti -el de la Confitería del Molino-. “Poco conocido, asimétrico, cabalga entre el Nouveau y el Art Decó, y muestra símbolos. ¿Vestigios de la fuerte presencia de la masonería en el origen del barrio?”

Quizás la “madre” de aquellas viviendas coquetas de La Boca haya sido la de los Cichero, referentes de industria naval, ubicada en Pedro de Mendoza y Quinquela. “La terminaron en 1868 y fue una de las primeras boquenses de dos pisos y entrada para carruajes. Una mansión, como se la llamaba”. A comienzos del XX, esa familia se mudó y se convirtió en “una suerte de inquilinato, donde tuvo su atelier Quinquela y Miguel Victorica vivió desde 1922 hasta su muerte en 1955 y fue demolida en los ‘70. Hoy el terreno es parte del espacio de arte contemporáneo Proa 21”, de la Fundación Proa.

“La Boca es un invento mío”, dijo Quinquela alguna vez. Fernández le suele dar la razón: “Había tangos que hablaban de barcos que iban a recalar a un espacio turbio y brumoso pero, a partir de él, existe una postal a puro color del barrio”. Ésta es quizá su mayor obra, la obra eterna de Quinquela. Pero hay otros rincones del barrio a descubrir, entre el lujo y las ruinas.

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