Turismo
Un recorrido por los homenajes a Gardel en las calles porteñas
El 24 de junio de 1935, el choque entre dos aviones en la pista del aeropuerto de Medellín, en Colombia, dejó al tango huérfano. El combustible de los tanques de las aeronaves las convirtió en una bola de fuego y murieron 17 personas, incluyendo a Carlos Gardel y su letrista Alfredo Lepera. Así, a los 44 años y en la cima de su carrera, el Zorzal Criollo perdió la vida muy lejos de la Ciudad que lo vio crecer y consagrarse. Sin embargo, 80 años después, su espíritu sobrevive en las calles porteñas, en los lugares donde vivió, grabó o cantó, e incluso en homenajes de vecinos en barrios como Parque Patricios, donde el frente de una casa tiene 96 retratos del cantor.
El cuerpo de Gardel llegó a Buenos Aires el 5 de febrero de 1936, después de algunos meses en un cementerio colombiano y un periplo en barco por Panamá, Estados Unidos y Uruguay. Ya en la Ciudad, lo velaron en el Luna Park y fue enterrado en la Chacarita, donde hasta hoy en su tumba jamás faltan flores y sus admiradores aún ponen cigarrillos encendidos entre los dedos de su estatua.
Aunque para descubrir dónde se preserva el alma del Zorzal, hay que caminar por los barrios de San Nicolás y, por supuesto, del Abasto. Carlitos Gardes, que después cambió la S de su apellido por una L, llegó a Buenos Aires desde el Uruguay en 1893, cuando tenía dos años. Lo trajo su madre Berta y juntos vivían en piezas de conventillo. Al principio se instalaron en uno ubicado en Uruguay 162. “Si habré hecho macanas cuando vivía en esa casa, pobres vecinos”, solía decir Gardel. Después, residieron en Corrientes 1553 y en Corrientes 1714. Ambas casas fueron demolidas para ensanchar la calle. Hoy, el Zorzal no la reconocería: cuando él murió ni siquiera existía el Obelisco, que fue levantado en 1936.
En cambio, algunas escuelas donde estudió aún existen, incluyendo la primera en Talcahuano 680. O el colegio Pío IX, antes San Carlos, en Yapeyú y Don Bosco, en Almagro. Allí estuvo pupilo entre 1901 y 1902 y estudió imprenta, encuadernación, herrería y zapatería. Uno de sus compañeros era Ceferino Namuncurá. Sí desapareció el Colegio San Estanislao, que estaba en Tucumán 2646, donde el joven Gardes terminó sus estudios con notas sobresalientes.
El Abasto es el barrio gardeliano por excelencia. Carlitos se hizo hombre en sus calles de tierra, entre fondas y garitos de juego. A los 13 o 14 años, con su amigo Edmundo Guibourg robaban frutas en el mercado donde hoy está el shopping. Y a los 20 empezó a cantar en el café O’Rondeman, en Humahuaca y Agüero, donde ahora hay un edificio de departamentos. Su dueño, Giggio Traverso, era su protector. Gardel también solía cantar en el comité que el caudillo conservadorConstancio Traverso, hermano de Giggio, tenía en Anchorena 666. Este local tampoco está más. Sí se conserva la esquina del restaurante Chanta Cuatro, uno de sus favoritos, rebautizada como “Esquina de Carlos Gardel” y ubicada en… pasaje Carlos Gardel 3200.
En la actualidad, todo el Abasto es un homenaje al Zorzal. La estación de subte de la línea B se llama Carlos Gardel y tiene un mural hecho en venecitas por Marino Santa María, que representa al cantante con su sonrisa inoxidable. Entre Corrientes y Lavalle está el pasaje que lleva su nombre, que une las calles Anchorena y Jean Jaures. Y en Jean Jaures 735 está su primera y única casa propia. La compró para su madre, en 1927. Diez años antes, como muchas otras de la zona, había sido un prostíbulo. Hoy es el Museo Casa Carlos Gardel.
Pero la huella de Gardel se respira en toda la Ciudad. En Avenida de Mayo y Perú hizo su primera grabación: el tema “Sos mi tirador plateado”. Fue en la Casa Tagini, en abril de 1912. Y en Figueroa Alcorta y Tagle, en 1914 debutó profesionalmente en dúo con José Razzano en el cabaret Armenonville.
El Palais de Glace también es clave en la historia de Gardel. Mucho antes de ser el Palacio Nacional de las Artes, era un reducto tanguero. El 10 de diciembre de 1915, un día antes de su cumpleaños, el Zorzal fue a bailar allí junto a Carlos Morganti y Elías Alippi. Pero una barrita de niños bien comenzó a burlarse de ellos y prefirieron retirarse. La patota los siguió hasta Alvear y Agüero, donde uno de sus integrantes, Roberto Guevara, le gritó a Gardel “¡Ya no vas a cantar más El Moro!” y le disparó. La bala le quedó alojada en el pulmón izquierdo para siempre.No le impidió cantar: en 1917, junto a Razzano firmó un contrato con la Casa Odeón en el Café de los Angelitos. Grababa en Cangallo 1728 y en un entrepiso del cine-teatro Grand Splendid, donde ahora está la librería Yenny-El Ateneo.
El artista solía ir a comer puchero a El Tropezón, en Callao 248. Y tenía su propia mesa en el Café Tortoni. Pero en esta gira porteña en busca del espíritu de Gardel falta el Hipódromo de Palermo. El Zorzal era un burrero empedernido y tuvo su propio caballo, Lunático. Lo montaba Irineo Leguizamo. Participó en 36 carreras y ganó 10. El 5 de noviembre de 1933, Gardel lo vio llegar primero en tres. Dos días después, emprendió una gira por Europa y Nueva York, ciudad en la que se instaló. Desde allí emprendió la gira latinoamericana de la que nunca regresó.
Fuente: Clarín
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