Circuitos
Un profesor de historia de Liniers transformó su casa en un museo dedicado a Belgrano
Primera impresión: la fachada del Museo General Belgrano parece una fantasía tecnicolor ideada por la revista Billiken. Arriba de la delgada puerta metálica de su frente, dos farolas flanquean un retrato del creador de la Bandera pintado sobre el escudo de armas familiar. Más abajo, ocho pinturas, grandes y pequeñas, imaginan con pigmentos vibrantes momentos clave en su vida: las batallas de Tucumán y de Salta, la Primera Junta, el Éxodo Jujeño.
La muestra consta de más de 2300 piezas, entre fotografías, bustos, medallas y todo tipo de documentos distribuidos de forma apretada en cuatro salas bautizadas, por sus respectivas temáticas: Independencia, Revolución de Mayo, Tucumán y Salta, y Homenajes. La reunión de estos objetos bajo un mismo techo en la calle Saráchaga 4906 no es fruto de una iniciativa municipal, sino del fanatismo de un vecino del barrio de Liniers.
“A los 14 años se te despierta la verdadera vocación”, pronuncia Ricardo Vitiritti, un profesor de historia de 72 años, mientras acomoda su cuerpo en una antigua silla de terciopelo rojo. La vocación, o más bien la pasión que sintió a esa edad, fue por la figura de Manuel Belgrano, a quien se refiere casi exclusivamente como “el prócer“. Nunca estuvo al frente de una clase, pero su conocimiento sobre la historia argentina es tan extenso que lo llevó a ganar dos programas de concursos.
El primero de esos premios, obtenido en 1971 en un ciclo que conducía Silvio Soldán, le permitió viajar con su madre por España e Italia, donde dedicaron buena parte de su tiempo a conocer sus museos de arte e historia. En una de esas visitas, mientras contemplaba el trabajo de algunos de los grandes maestros europeos, vislumbró el proyecto que marcaría el resto de su vida, el de un museo dedicado exclusivamente a celebrar los logros de su mayor ídolo.
La concreción de ese sueño no ocurrió de un día para otro. Vitiritti debió esperar seis años, hasta un 20 de junio de 1977, para inaugurar en Olivos la primera versión del Museo General Belgrano, que en aquel entonces no contaba con una sede permanente.
“Empecé la colección aprovechando una donación de Mario Belgrano, uno de los descendientes del prócer, quien me dio una aguafuerte realizada por un artista belga”, cuenta a La Nación. Aunque buena parte de la colección provino de donaciones, el historiador también la enriqueció mediante la inversión de los salarios que ganaba como empleado administrativo del Poder Judicial, en el que trabajó durante 46 años.
En 1982, luego de ganar un segundo premio televisivo -esta vez, de manos de Antonio Carrizo-, decidió consolidar la muestra en la casa de la calle Saráchaga, que había sido el hogar de sus padres. Allí puede recorrerse todavía de lunes a viernes en forma gratuita, previa reserva telefónica (4671-6464). Casi todas las visitas que recibe son de alumnos de primaria y secundaria en las cercanías a las fechas patrias.
“Creé este museo porque nadie se ocupaba de hacerlo”, dispara Vitiritti, y dice que hace años desistió de pedir ayuda financiera al Estado a causa de la apatía de los funcionarios públicos que conoció.
En el piso, algunos objetos esperan su chance de ser exhibidos. La iluminación es tenue y una fina capa de polvo cubre parte de la muestra. Uno podría argumentar que estos pequeños deslices son parte del encanto del museo, porque esta colección diversa, excesiva, desigual y fanática no es más que un correlato material de la mente de su curador, que a sus 72 años cultiva todavía el fervor de un adolescente. NR
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