Ahora
La Torre de los Ingleses, otra víctima del deterioro
No anda su ascensor y no se puede acceder al mirador del sexto piso
(CABA) La Torre de los Ingleses; mejor dicho, la Torre Monumental, tal su verdadero nombre, señala la costa de Uruguay en el horizonte, los techos de pizarra negra en la cúpula de la estación del Ferrocarril Mitre, el coronamiento de la torre Bencich en calle Arroyo, la Plaza San Martín y el Kavanagh. La melodía de las campanas que marcan la hora, lo despiertan de esta ensoñación que provoca Buenos Aires desde las alturas. La torre, donada por los residentes ingleses en el país, cumplió 100 años.
Por ahora, sólo está habilitada la planta baja donde se puede recorrer una modesta exposición de fotos antiguas y escuchar las campanadas desde las entrañas de la torre. No es un sonido potente, pero se escucha cómo baja a través del corazón de la torre, como en una letanía.
Es que el ascensor que lleva hasta el mirador del sexto piso no funciona hace un tiempo, aunque tiene su propia historia. El original fue donado por el Príncipe de Gales, unos diez años después de la inauguración de la torre. En 1984, después de la Guerra de Malvinas, vandalizaron el lugar, quemaron las puertas de ingreso y colocaron una bomba. La detonación incendió el interior de la torre, el mobiliario y destruyó el ascensor. En 1999 se encargó una gran obra de restauración de la torre y se colocó uno nuevo. Como no anda, se usa como depósito.
Para subir, el personal de la torre utiliza unas escaleras delgadas, de hierro, también originales, que se parecen a la de los barcos. Si bien el sitio se encuentra limpio, es evidente que necesita mucho más que una mano de pintura: del basamento original casi no quedan balaustradas y de las cuatro fuentes que había en cada esquina, ninguna funciona.
Originalmente la torre perteneció a un departamento de relojes de la Ciudad, que ya no existe; luego se la transfirió a Turismo y después a la Dirección General de Museos. Y ahora depende directamente del Museo de la Ciudad. Su director, Ricardo Pinal Villanueva, apunta a recuperar el lugar para los vecinos.“La Ciudad se merece tener un mirador como éste; que los vecinos puedan contemplar a Buenos Aires desde las alturas. Hasta que se construyo el Obelisco, fue un ícono de aquella Buenos Aires y queremos que vuelva a serlo”, dijo.
Como muchos otros monumentos en la Ciudad -el de Cristóbal Colón que ahora se encuentra desmontado frente al Aeroparque o el de los Españoles, en Sarmiento y Libertador-, estas obras forman parte importante del acervo arquitectónico que distingue a Buenos Aires; y fueron donadas por las comunidades extranjeras que entre fines del 1800 y principios del 1900 ayudaron a construir la Ciudad.
El 24 de mayo se 1916 la obra fue inaugurada con todas las pompas; llegaron funcionarios británicos y estuvo también el presidente, Victorino de la Plaza. La torre fue diseñada por el arquitecto Sir Ambrose Macdonald Poynter: tiene 60 metros de altura, un balcón que la recorre a la altura del piso seis, y una fachada que combina los ladrillos que identifican a las construcciónes británicas con una serie de escudos que presentan a la argentina y a los países que integran la corona británica. Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte. Se pueden ver también imágenes que representan a estos países: la ros de la Casa Tudor, una flor de cardo escocesa, el dragón rojo gales y el trébol.
El reloj, que fue puesto en valor el año pasado, es una versión más pequeña del Big Beng, ubicado en la sede del Parlamento británico. Fue montado por la misma empresa, Gillett & Johnston. Tiene cinco campanas de bronce, cuatro de ellas conforman un carrillón. Suena cada quince minutos: cuatro campanadas a las y cuarto, ocho a las y media, doce campanadas a las menos cuarto y la melodía completa a la hora en punto. La campana más grande pesa 7 toneladas y el péndulo tiene 4 metros de alto. NT
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