Ocio
Muestras de Leandro Erlich y Bernardí Roig gratis en el MUNTREF
Una ilusión. Por un instante la realidad cambia sus códigos, y lo real y lo irreal se confunden. Así transcurren las dos muestras que inauguraron hoy en el Centro de Arte Contemporáneo de Muntref, sede Hotel de los Inmigrantes, donde los artistas Leandro Erlich y Bernardí Roig despliegan sus poéticas de la imaginación en profundo diálogo con un edificio lleno de historias.
Hay que disfrutar los instantes que dura la fantasía, esos en los que lo imposible sucede ante nuestros ojos y sobreviene una íntima alegría. Un principio de optimismo. Los barcos de Erlich flotan en una sala del tercer piso, igual que esos que se ven desde los ventanales, en el río. Y en el momento en que se adivina el artificio, ya no es posible volver al estado de mágica inocencia. “Todo se explica, todo se entiende y, sin embargo, o justamente por eso, la unidad de sentido de la obra es más fuerte. El truco no es el tema”, dice Erlich.
Tampoco lo es en el caso de Roig, que dispuso estratégicamente en el edificio figuras humanas algo fantasmales. El primero de sus hombres blancos produce otro tipo de efecto: sorpresa o estupor; algún grito ahogado retumba en el habitáculo en el que el espectador está encerrado. No se sabe si el hombre baja o nosotros subimos en el ascensor que le pasa a tres centímetros de su cuerpo.
Por estos mismos pasillos, inmensos y algo fríos, pasaron miles de inmigrantes a comienzos de siglo XX. Como los abuelos de Erlich, artista argentino que, a los 43 años, ya cruzó los siete mares llevando sus dispositivos de artificios ópticos. “Hay situaciones de fantasía interesantes. Ésta es una ilusión conceptual”, propone. A esta sala trajo la misma instalación que en 2014 mostró en el Museo de Arte Moderno de Seúl, con un cambio de título: pasó de llamarse Puerto de Reflejos a Puerto de Memorias. Es difícil no escuchar las miles de voces que retumbaron entre estas paredes.
Primero se ve la maqueta que dio origen a la instalación. “Siempre estoy atraído por el potencial simbólico de los reflejos. Hay algo en lo efímero de su movimiento que es imposible de atrapar”, confiesa el artista. Después, una baranda asoma a un estanque en el que se mueven en un agua inquieta cinco botes. ¿Hay agua? ¿Qué produce esos reflejos perfectos? Hay que verlo y disfrutarlo. La obra no termina ahí, sino que recomienza de otra manera.
La instalación se realizó gracias a un aporte tecnológico desarrollado por profesores y estudiantes del área de robótica de la Universidad de Tres de Febrero. “Todo esto forma parte de una poética que traté de construir en relación con mis emociones y a este sitio. Los archivos de mis abuelos deben estar acá abajo. Ésta es una obra muy contemplativa, en la que nada pasa y pasa todo”. Para otros, la imagen de los botes puede remitir a dramas de inmigrantes mucho más actuales. “Las obras se resignifican en el tiempo y en el espacio. El arte se termina de construir en el otro, que vuelca sus propias asociaciones”, dice Erlich, que estará en arteBA con la obra Ascensores, otra ocasión para el extrañamiento.
Fantasmas de Mallorca
“Suena a Pirandello. Seis personajes en busca de un autor. Son como dobles nuestros, fantasmales, que hablan de lo reprimido”, desliza Roig. Esta es la primera vez que llegan al país sus proyecciones de video, cerca de 160 dibujos inéditos de los últimos 30 años y… las seis esculturas en cuestión, instaladas en espacios inesperados del Muntref. Se trata de calcos de personas reales, tamaño natural. Una figura asoma detrás de una columna algo inútil, otra se muestra abatida detrás de una especie de trinchera levantada con banquetas y maderas; blancas, híper iluminadas con la luz pálida y hospitalaria de los tubos fluorescentes. “Son ausencias, no presencias. El blanco les quita la condición de estatuas y la cualidad volumétrica, las hace ligeras. Las hace flotar”, observa el mallorquín.
Hay una proyección muy poética en el suelo, que registra un dibujo que alguien grabó hace un siglo en el mármol de la mesa de la antigua lavandería. “Es una imagen temblorosa, el mismo temblor del barco del inmigrante y del oleaje. Mis imágenes vienen de atrás: las trae la espuma del inconsciente”, explica. En la muestra intenta crear dos líneas de trabajo, el lugar y su memoria, y las intenta cruzar. “El lugar se impone y está impregnado de lo que fue. Me he negado a hacer una exposición: no quería exhibir mis trabajos sino ocultarlos, para que se vea el sitio. La escultura son los visitantes, que con su presencia activan las imágenes que van a ver. La imagen es fugaz, tanto como nosotros. Una chispa“, compara.
Los dibujos de Roig resultan, en verdad, un hallazgo de Diana Weschler, curadora de ambas muestras y directora del espacio. “Son el mapa sísmico de los temblores de mi muñeca. Diana los organizó como los restos de un naufragio. Si ella no hubiese osado hurgar en mis entrañas, no hubiesen salido nunca. Son dibujos negados”, considera el artista. Hay bocetos, grabados, acuarelas y piezas de técnicas mixtas.
“Leandro trabaja sobre el engaño óptico y yo sobre el engaño místico. En el territorio del arte construimos ficciones”. El extranjero observa la diferencia, y Weschler los auna en un punto: “Los dos invitan al espectador a involucrarse. Reclaman que se tomen tiempo para observar y descubrir, y le piden complicidad”. Crean fricción: un relato imprevisto.
Museo de los Inmigrantes (Av. Antártida Argentina 1355 entre la Dirección Nacional de Migraciones y Buquebus). Muestras de Leandro Erlich y Bernardí Roig. Hasta el 15 de septiembre, de martes a domingos, de 12 a 20
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