Buenos Aires, 13/12/2024, edición Nº 3767
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El Palacio Bosch abre sus puertas para visitas guiadas gratuitas

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Puede ser el gran jardín, donde conviven la armonía del estilo neoclásico con las líneas simples y contundentes de aires Art Dèco. O la luz que cae, como un manto brillante, sobre la escalera señorial. Con esos imanes sobra para tentarse con conocer el Palacio Bosch, residencia del Embajador de Estados Unidos en la Ciudad de Buenos Aires.

Al Palacio lo pensó el arquitecto francés René Sergent desde París. Y al jardín lo diseñó el paisajista Achille Duchêne, también allá, a la distancia, y lo materializó acá el maestro Carlos Thays. Los profesionales franceses fueron los mismos que proyectaron otras joyas preciosas de “Buenos Aires, la París latinoamericana”: el Palacio Ortiz Basualdo -actual sede de la Embajada de Francia- y el Errázuriz -del Museo Nacional de Arte Decorativo-.

Pero el Bosch, con sus sellos franceses, estaba además en la línea de la arquitectura que se elegía en Washington a principios del siglo XX: imponente, sólida, elegante y sobria.

Por eso, Robert Woods Bliss, embajador de Estados Unidos, debe haber insistido tanto en comprar el Bosch -además de por su belleza-. Se cuenta que Ernesto Bosch, ex embajador argentino en Francia y después canciller, lo mandó a construir para quedarse a vivir. Así que, como Bliss le proponía y le proponía que lo vendiera, él le pidió más de $ 2 millones: el doble al menos de lo que valía, según cálculos del historiador Daniel Balmaceda. E igual se lo pagaron. El contrato fue firmado un par de meses antes del gran crisis económica del 29.

Bliss estaría ya cansado de andar entre hoteles y residencias alquiladas, entre ellas, el Palacio Noel, actual sede del Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco. Pero, sobre todo, Estados Unidos consideraba que debía tener una residencia permanente acá. Así que cuando Herbert Hoover visitó Buenos Aires en 1928 le prometió a Bliss que, al asumir la presidencia, se ocuparía del tema.

El Palacio es de cuento. En 3.996 m2 cubiertos, sobre un predio de 7 mil m2, entre mármoles, madera con dorado a la hoja, taburetes de 1825, un tapiz de 1680 donado por un príncipe ruso y gabinetes chinos de laca, reúne un quincho, una huerta y una cancha de tenis (donde el ex embajador Noah Mamet encargó al artista Martín Ron, argentino top ten en el mundo, un gran mural con Juan Martín del Potro y Andre Agassi).

Todo -más o menos así- lo recuerda a Clarín Soraya Chaina, gerente en el Ente de Turismo porteño, que organiza visitas guiadas gratuitas por allí para el 20 y el 21 de octubre, de 10 a 16. Ojo: hay 900 cupos y la inscripción arrancó este lunes, vía internet, en https://turismo.buenosaires.gob.ar/es

La mansión guarda otras memorias. El arquitecto Sergent -quien diseñó además el Palacio Sanc Souci, en San Fernando- la planificó entre 1911 y 1918 por encargo de Bosch y de su esposa Elisa de Alvear, “la hermana de Josefina de Alvear, la mujer del diplomático chileno Matías Errázuriz, quien mandó a edificar el Palacio -justamente- Errázuriz”, apunta Chaina. Con sus planos en mano, la construyeron los arquitectos Eduardo María Lanús y Pablo Hary, quienes luego mostrarían la obra en sus clases pioneras en la UBA y dirían: “Necesita el país tener buenas casas antes que buenos monumentos”.

Aunque para los expertos el Palacio Bosch es una recreación magnífica de las mansiones francesas del siglo XVIII, otros indican que probablemente su inspiración haya sido el Castillo de Bénouville, de Normandía, construido por Claude Nicolas Ledoux, a quien Sergent admiraba”, comenta Chaina.

No fue barato ni fácil edificarlo. También se cuenta que cuando el Palacio fue inaugurado, hace cien años, a la gran escalera le faltaban pasamanos. Es que Bosch había hecho traer materiales y muebles desde París. Y, en el marco de la Primera Guerra Mundial, uno de los barcos fue bombardeado y hundido en el Atlántico. Volvieron a comprar las piezas pero, lógico, se demoraron.

Se destacan el salón de baile, el de música, el rojo (o pequeño comedor), la biblioteca y el comedor principal para treinta invitados. Las lámparas son originales, salvo, la araña central, que mide más de 2, 5 metros de altura y que fue realizada en la provincia deSanta Fe e incorporada en una restauración del fines de los años ’90.

Lo habitaron los presidentes estadounidenses en sus visitas a Argentina: Franklin Delano Roosevelt en 1936, Dwight Eisenhower en 1960, George H. W. Bush en 1994 y Barack Obama en 2016. Todos, homenajeados con placas.

En la biblioteca del Palacio hay una chimenea que dispara otra historia. Elisa de Alvear, quien tampoco pensaba mudarse de la casa en la que había vivido durante unos doce años con el padre de sus ocho hijos, hizo desmontar la original para llevársela una vez que Bosch la había vendido. Y pusieron una más chica. Ahí quedó hasta que en 1999 fue reemplazada por una réplica realizada sobre la base de fotos de época. No es casual que las restauraciones del Palacio Bosch, que integra el Registro de Propiedades con Valor Cultural del Departamento de Estado norteamericano, hayan merecido también su placa. NR

Fuente consultada: Clarín

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