Buenos Aires, 04/02/2025, edición Nº 3820
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Bares notables que resguardan nuestra memoria porteña

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Muchos de los cafés de Capital son máquinas del tiempo. Te llevan a otras épocas, incluso con pequeñas anécdotas como ésa. Del Margot (1904), de Boedo, es famosa la que cuenta que Perón desvió a su comitiva para buscar el sándwich de pavita en escabeche que aún es ícono del local.

La Ciudad contaría con unos 86 cafés-bares notables, es decir, destacados por antigüedad y por valores arquitectónicos y culturales. “La institución Café como espacio de vínculo social es anterior a la Revolución de 1810. Dos de los más famosos fueron el de los Catalanes -fundado en 1799 y ubicado en lo que hoy es la esquina de Perón y San Martín- y el Café de Marco -abrió sus puertas en 1801 en las actuales Alsina y Bolívar”, escribió Carlos Cantini, investigador, autor de del blog Café Contado y dueño de otra joyita: el bar La Flor de Barracas (1906). “Pero fue la irrupción del tango en la cultura popular lo que le otorgó un carácter simbólico único a estos espacios de ocio porteño, convirtiéndolos en sitios de cobijo emocional para miles de desarraigados de los movimientos inmigratorios de principios de siglo XX. Si sos lo único en la vida que se pareció a mi vieja (Cafetín de Buenos Aires, 1948, Enrique Santos Discépolo)”.

Muchos podrían calificar a algunos cafés porteños como cosmopolitas, es decir, imanes para vecinos y para turistas. Son las celebridades, como el Tortoni (1858 y reformas), en Avenida de Mayo, o La Biela (1850 y también reformas), en Recoleta. O Las Violetas (1884), de Almagro, votado por porteños como el mejor notable en 2017. Entonces, por distintos, se recortarían otros cafés, bien-bien de barrio. Marcados por el arrabal, por el tango; por los inmigrantes, los obreros y los pequeños comerciantes, y por los pocos espacios, aparte de ellos, para encontrarse. Son, tal vez, los que mejor demuestran que Cantini tiene razón cuando dice: “El Café es un ambiente más de nuestra casa. Ningún porteño se siente extraño en un Café. Están cargados de información que nos resulta familiar y abraza”.

El Bar de Cao, o la refundación de La Armonía, donde los vecinos que llegaban de trabajar en las fábricas se reconfortaban con un plato de “caldo gallego” (hecho con carnes y verduras). El Margot, donde concurrían pensadores y artistas del Grupo de Boedo, rivales del de Florida. La Flor de Barracas, donde hubo y hay tango y otros géneros, libros y platos de “sueglios”. ¿Sueglios? Así bautizaron a la pasta rellena, en general de osobuco o de cordero, con salda de vermut o “funyi” (en lunfardesco, no funghi en italiano), que homenajea a Sueglio, el pueblito del norte de Italia desde donde vino el bisabuelo de los Cantini en 1869.

Además, está El Palacio, de Chacarita. No es formalmente un notable. Pero allí funciona el Museo Fotográfico Simik, declarado de Interés Cultural por la Legislatura porteña. Y entre daguerrotipos y lentes pioneras de las 3D todavía se puede pedir café con leche con pan y manteca.

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