Aire Libre
Areneros en extinción en las plazas porteñas: los reemplazan por espacios con baldosones de goma
Un nene construyendo un castillo en la arena de una plaza es una escena en extinción. El Ministerio de Ambiente y Espacio Público porteño reemplazó los últimos 29 grandes areneros de la Ciudad por espacios de juego con baldosones de goma negros y multicolores. La modificación terminó el sábado, con la adaptación del arenero del Parque La Isla, en los terrenos del ex albergue Warnes, en La Paternal.
Es domingo, el día después del fin de un paradigma, en Avenida Constituyentes y Gutenberg, uno de los accesos a La Isla. Padres que crecieron bajo la postal más clásica de la infancia urbana vigilan a chicos que no terminan de acostumbrarse. Martín, de tres años, salta de una calesita en movimiento, instalada en un suelo de goma. Se tira al piso, queda ahí, inmóvil, como un herido. Tiene el brazo izquierdo estirado y con los dedos de la mano trata de convertir en partículas los pedazos de caucho negro.
“Percibe que algo cambió. Hace unos meses se dio cuenta que el arenero estaba cerrado por obras. Él prefería este lugar al otro patio de juegos porque acá -señala el piso- había arena”, dice Ezequiel Rojas, su papá. La superficie le servía para construir pistas de carrera, también castillos. Hoy, sin pala, balde ni autitos, es “un caído”, adaptándose a otro terreno.
Los areneros son un espacio polémico dentro de plazas y parques. En Buenos Aires su eliminación se discute desde principios de los 2000, cuando se inició una primera sustitución. Distintos estudios, en especial uno hecho en 2010 por la Cátedra de Parasitología General de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, determinó que el 100 por ciento de los que había en la Ciudad estaban contaminados con el parásito Toxocara canis, presente en las heces de perro y gato. El parásito, que se transmite a personas, puede provocar ceguera o problemas cutáneos y hepáticos. En especial, entre los más chicos quienes, dentro de estos espacios, están más tiempo cerca del piso y suelen llevarse las manos a la boca.
Florencia Quiroga es bioquímica, madre de tres hijos y está al tanto del estudio. Es a lo primero a lo que alude cuando se le pregunta si está o no de acuerdo con la extinción de los areneros. “Nunca les prohibí jugar en la arena, pero por mi formación en salud no podía dejar de pensar en las bacterias que los rodeaban. Esta superficie está buenísima. Es segura y amortigua los golpes, igual que la arena, pero más limpia”, dice. Sentada en un banco de piedra, junto a un equipo de mate, galletitas y una taza, mira a sus hijos. En la misma actitud, en otro extremo del área de juego está María Laura Gay. En su casa, a pocas cuadras, hay una mochila con rastrillos, vasos de plástico y palas de colores. “Quedó ahí, quizás vuelva a usarla cuando vayamos a la Costa o si encuentro otro arenero, si es que alguno queda”. Aún no decide cómo procesar el cambio: “Por un lado, extraño la arena porque ofrecía otra variedad de juegos. Le daba a los chicos la posibilidad de armar figuras y compartir un elemento. Por el otro, ya no podía soportar la falta de respeto de algunos que seguían permitiendo que las mascotas se metieran en la arena”, dice mientras el menor de sus hijos, Guido, trepa a un escalador rojo.
“Sacar el arenero es sólo eliminar una parte del problema y no la esencial. El arenero es un lugar de concentración de población infantil, pero no el generador de la infección. La material fecal de perros o gatos es el transmisor en arena, tierra o goma. Sólo imponiendo un cuidado responsable de las mascotas, con campañas de desparasitación, se va a lograr un cambio”, dice Jaime Altech, especialista en Parasitología y Chagas del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez. Ahí, hay 46 menores con perdida total de la visión por el parásito. La mayoría, del conurbano bonaerense.
En la Ciudad hay 418 patios de juegos en plazas y parques. Como parte del plan de recuperación del Ministerio se hicieron obras en casi 500 hectáreas de predios públicos. “Además del reemplazo de los areneros por baldosones antigolpe, más fáciles de lavar y de mantener, se renovaron los juegos con estructuras más seguras e integradoras”, dice el ministro Eduardo Macchiavelli. Las comunas también tienen a su cargo otras plazas, ahí aún hay sobrevivientes: alrededor de 60 cuadrados de arena integrados entre suelos de goma o caucho. Pero el recambio empezó y entre las generaciones la brecha no sólo será tecnológica, sino también entre aquellos que crecieron entre baldes y rastrillos y quienes no. NR
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