Ahora
La compraventa de oro, en la céntrica calle Libertad, cada vez más olvidada
Entre Mitre y Lavalle, los locales ahora comercializan metales más baratos y equipos de audio y fotografía
(CABA) Al esfuerzo por transformar metales ordinarios en oro se lo denomina alquimia. Y aunque el fenómeno inverso no tiene nombre, sin embargo se produjo en pleno centro porteño, en la calle Libertad: el oro se transmutó en acero, alpaca y -en el mejor de los casos- plata. Este rincón de la ciudad que supo ser el emporio de la compra y venta de oro languidece aquejado por varios males crónicos: la inseguridad, el alto precio internacional del oro, la caída en el consumo de bienes de lujo y el agotamiento de las heredadas reservas que acumulaba la clase media. Y como la alquimia, las alhajas que exhiben la mayoría de las joyerías son pura fantasía.
“No pasa nada”, se queja Hernán, que desde hace 40 años atiende un negocio en Libertad al 400 y, apoyado en la puerta de su local, mira aburrido a la gente que pasa de largo. “Para las Fiestas apenas hicimos cinco o seis ventas de oro. Todas chucherías: cadenitas, dijes, algún anillo… Piezas chiquitas, de poco monto. Y ya tampoco viene nadie a vender oro”, dice.
En la vereda de enfrente, Gabriel, de 55 años, que trabaja en Libertad desde hace dos décadas, describe el cambio que sufrió la calle: “Ahora se trabajan otros metales más accesibles, lo que se denomina fantasía fina. La vedette del momento es el acero quirúrgico (el material que se emplea para el piercing), de aspecto similar al de la plata, pero mucho más económico y antialérgico”.
Si es poca la gente que compra en Libertad joyería de oro, la que va a vender es todavía menos: “Entre 2001 y 2010 la gente vendió todo su oro”, especula Alejandro, de Joyas Fasanelli, en Libertad 372. Por otro lado, según coinciden muchos de los comerciantes consultados, que el público haya dejado de comprar alhajas de oro se explica por el alto precio internacional del oro y la inseguridad. Hoy es poca la gente que se anima a circular por la calle con aros, anillos o relojes del valioso metal (ver aparte).
Las nuevas costumbres son otro factor: antes se regalaba oro para momentos importantes de la vida y hoy lo reemplaza la tecnología.
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Sin embargo, los carteles y las marquesinas que abarrotan hasta el aturdimiento Libertad, desde Mitre hasta Lavalle, siguen gritando: “¡Compro oro! ¡Compro oro!” Hay carteles estáticos, luminosos y de neón. Grandes, medianos y chicos. Cuadrados y rectangulares. Verticales y horizontales. Pero todos están redactados con el mismo énfasis.
Esos carteles incluso bloquean las vidrieras de negocios que ya ni siquiera se dedican a la comercialización de metales, como los de venta de equipos de audio, en Libertad al 100. “La mayoría de los locales son alquilados y los dueños no se molestan en quitar los carteles de compra de oro”, explica un comerciante del lugar.
“Los carteles que anuncian la compra de oro se conservan sólo por publicidad, porque son parte de la identidad de la calle y atraen gente que quiere vender cualquier cosa de valor, aunque no sea de oro”, agrega Francisco, de 60 años, que atiende el local de Libertad 439.
Hasta hace unos 15 años, casi todos los negocios de Libertad se dedicaban a la comercialización del oro; las angostas veredas no daban abasto para contener al torrente de personas que las colmaba y los locales desbordaban de clientes. Pero ahora los pocos que aún ofrecen bijouterie de oro se replegaron hasta quedar recluidos en una sola cuadra, a la altura del 300, entre Corrientes y Sarmiento. Por las veredas se camina con comodidad y en la mayoría de los locales el público es una rareza.
En tanto, en la cuadra del 200 domina la joyería de plata y acero, y en las del 100 y el 400 se venden equipos de audio y fotografía.
Aunque hay “de todo un poco”, los comerciantes de origen judío y armenio dominan la calle. Si bien hasta la década de 1990 los primeros tenían la prominencia, luego se consolidaron los armenios, dado que las nuevas generaciones continúan ejerciendo el oficio.
Fuentes de la Cámara de Empresarios de Joyería y Afines confirman que, en los últimos años, el oro fue progresivamente desplazado por metales menos valiosos y que las ventas se reducen a piezas pequeñas, incluso en locales del resto de la ciudad. FB
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